viernes, 28 de mayo de 2010

Mis tetas, mi amiga, mi miedo.


Sospecho que mi amiga es lesbiana. Anoche nos juntamos a cenar, en ese bar al que vamos una vez por mes, con paredes pintadas de bordó, mesitas chicas, cuadros de mujeres desnudas y mozos homosexuales. Y la luz es tenue, te invita a relajarte y pedir siempre un trago más.
Como siempre, quedamos a las nueve y media; yo antes no puedo llegar, salgo tarde de la oficina. Ella, no sé bien por qué tarda, pero antes de las nueve “es imposible”. Yo llegué antes, elegí una mesa junto a la ventana y le pedí un chopp al mozo, que estaba bastante bien. Le sonreí, quizás tenía suerte y cambiaba una noche de charla por una de sexo. En otra oportunidad. Este también era gay (le dio un empujoncito en la espalda al cajero, entre risas, que me devolvió las ganas de mirar hacia la calle. Otro intento fallido, qué poco perceptiva).
Me puse a leer, tenía a Reinaldo Arenas en mi mochila, y Reinaldo con cerveza se lee mejor (todo se lee mejor con cerveza, en realidad). Estaba recorriendo palabras como “empapada”, “mar”, “destrozos”, “niño”, “mujer”, “erección”, cuando sentí una sombra junto a mi silla.
Cara redonda de felicidad. “Hola”, me dice. Se sienta frente a mí. Mi mira, sigue sonriendo. Se saca el tapado violeta –me encanta ese tapado- lo apoya en el respaldo de su silla y respira hondo, como anticipándose a algo. Las manos sobre la mesa, entrelaza los dedos. Me sigue mirando. Sigue sonriendo.
“¿Qué pasa?”, le pregunto. Algo le pasa. Siempre sonríe cuando nos vemos, pero esta vez la sonrisa permanece demasiado tiempo, algo anda mal. “Nada”, contesta, y dirige su mirada hacia la calle, casi imitándome.
“¿Pedimos vino?”
“Estoy con cerveza, pero dale. Ya la termino”.
Agarra la carta, la recorre en silencio, la mirada baja, ahora un poco más seria. Le preocupa qué elegir. Quiero decir, le da importancia a lo que come, quiere elegir bien, y siempre depende del día, del horario, y de la persona que la acompañe.
“¿Pedimos unas papas para picar? Y después vemos…si tenemos más hambre, pedimos las croquetas, como la otra vez”. Le digo que sí. Ella vuelve a sonreírme: “Buenísimo”.
Llega el mozo gay. Me mira. La mira. Me vuelve a mirar. “El vino, las papas, quizás las croquetas. Lo de siempre”. Asiente y nos deja solas. Se lleva las cartas. Ya no tenemos con qué jugar sobre la mesa.
“Conocí a alguien”, me dice. Otra vez, pienso. Conoce y conoce y nada pasa. No tienen sexo, no la invita a salir, nada. “Pero no sé, no sé qué quiere, es un histérico”. Otra vez esa palabra horrible, palabra que ella –creo- inventó. Es la mujer que le dio forma a ese concepto. El del hombre histérico. Todos lo son. Todos le dicen sí y no a la vez, todos la desean pero son cobardes, todos la buscan y después se alejan.
“Contame”, le digo. Trato de sonreír, de parecer interesada.
“Tiene casi treinta, es un poco panzón, pero todo bien. Trabaja en la librería conmigo, pero lo ví recién ayer, hacía otro turno”.
Bueno, lo conoce hace sólo un día. Qué emoción. Cuántas promesas.
“Seguí”, le pido.
“Nada. Me estuvo mirando toda la tarde. Y después medio que quedamos en salir, porque le dije que tenía ganas de tomar un café y me dijo que él me lo preparaba. O sea, no fue una salida salida, pero tomamos el café ahí. Y después nada, por msn lo busqué y se hizo el re boludo. Pero me encanta”.
Digo que sí, que es un boludo, que seguro está desesperado por coger con ella, que desea su cuerpo, que la imagina madre de sus hijos y abuela de sus nietos. Pero que es un boludo, un cagón, un pendejo, por eso no habla por msn.
“Es que me di cuenta de algo”, me dice, después de un silencio. “No hay que buscar tanto, lo que vale la pena aparece solo. Me dijo mi psicóloga que me deje de joder, que quizás lo que estoy buscando está justo enfrente mío. Y bueno, este chico estuvo siempre ahí, en la librería, y yo nunca lo miré, ¿podés creerlo?
“Enfrente mío”. La frase me quedó rebotando en la cabeza. Me tomé otro trago de vino. “Se me declara hoy, pensé”. Me fijé si el escote estaba bien, si las tetas se me insinuaban. No, estaba protegida. Me acomodé el pelo, me lo até. Crucé las piernas y me apoyé en el respaldo de la silla.
La miré.
Ojos oscuros, nuestra amistad. Confidencias.
No, no me animo.

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