lunes, 16 de agosto de 2010

Algo que no pienso editar

Se acabó la cerveza. Es noche de feriado y se acabó la cerveza. “Andá a los chinos, es más barato”, dice mi vieja. Los chinos siempre están cerca, siempre tienen de todo y te hacen la vida fácil. Genial, es lo que necesito, un poco de aire y una conversación feliz con algún extranjero despreocupado. Vamos.
Paso primero por la verdulería que queda al lado de los chinos, es nueva, es la quinta que abrieron en los últimos dos meses por la cuadra. Los supermercados chinos y este tipo de verdulerías chiquitas proliferan por mi zona.
Seis huevos, le pido. No tienen de color, que son los que mi vieja siempre pide porque “tienen mejor gusto”. No hay, punto. Vamos con los blancos. El verdulero también me hace la vida fácil. No hay cola, me da los huevos envueltos en papel de diario, yo pago con cambio y estamos todos felices.
Hacer las compras de noche me resulta extraño.
Llego a los chinos, la luz siempre prendida, estos tipos no duermen. Entro con las bolsas, los envases y los huevos que acabo de comprar. Los chinos son desconfiados, miran mis paquetes. “Los dejo acá si querés”, le digo a uno que está en la caja con cara seria. “Sí, sí”, contesta, casi obligándome. Voy directo a la heladera. Estos tipos jamás te defraudan, no es como Disco, en donde la cerveza fría siempre escasea. Acá hay de todo y me dan ganas de comprar. Agarro dos botellas y unas papas fritas. Vuelvo a la caja, uno de los chinos me cobra y el otro me ayuda con las bolsas. Por algún motivo, empecé a ponerme de muy buen humor.
Cruzo al kiosco. Pido mis cigarrillos. Me atiende una mina teñida, con cara de culo y uñas despintadas. No tengo cambio, piba. Dame caramelos, lo que sea. Sigue con su cara asquerosa. Agarro los caramelos, agarro el cambio, salgo del kiosco y prendo el pucho. Vieja de mierda.
No voy a entrar a casa todavía, tengo que degustar el cigarrillo  y entender el por qué de mis vaivenes emocionales durante las compras nocturnas. Lo pienso. No entiendo nada: Verdulero, chinos, vieja de mierda.
El boulevard está lleno.
Pasa una minita con el novio de la mano. Me mira y aparece esa cara de culo femenina que ya rastreo en más de una mujer y que me está empezando a aguar la fiesta de la caminata.
Por suerte me cruzo con el loco y su perra golden. La perra me mira, saca la lengua, quiere saludarme, se pone ansiosa. Le sonrío –como si realmente pudiera interpretar mi sonrisa- y sigo de largo.
El pucho se está acabando.
Mierda, tengo que volver a casa. La vieja debe estar preocupada.

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