jueves, 4 de marzo de 2010

El aleteo del muerciélago. Horrible.

Sedantes (que no voy a tomar). Tres cervezas (que ya estoy tomando). Comida no saludable (que pronto voy a ingerir), léase vaqueritas-muchas. Una televisión con programas basurita de risas forzadas y una computadora que soporta. Soporta mis manos pesadas, tecleando con furia, resignación, mucha angustia y a veces miedo. Y conversaciones que no sirven para nada, ni para entretener. Un flaco al que nunca me voy a cruzar porque vive en la otra punta del país, una ex amiga que insiste con llamadas de auxilio del tipo: “¿por qué nunca me contestás?”, y un par de charlas cuasi burocráticas en las que declaro sentirme “re bien”. Y la noche. Llega despacio, se anuncia como el murciélago, con un aleteo intermitente. Y yo la escucho, cada vez más fuerte, cada vez más arrinconada. Noche, me encontrás así, desnuda, estupidizada, tan niña. Pero soy niña sin conejos, ni regalos, ni fiestas. Niña sola, que llora de noche, noche. Ey, noche, acostate acá, conmigo.

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