viernes, 26 de marzo de 2010
Hoy dudo de la revolución
La noche te encuentra sola, desprevenida. Son las nueve y no pasa nada. Sólo tu respiración, el aire que entra y sale de tu nariz, y no pasa nada. El tiempo es una nube pegajosa e indefinida que te roza y te confunde mientras el reloj no deja de moverse. Como los latidos de tu corazón, que podés sentir en el cuello, cuando apoyás los dedos y comprobás que seguís viva por alguna extraña razón. O por una no-razón. No hay razones para estar vivo o no estarlo. Casi no hay razones para nada. Eso pensás y otra vez el aire que sale y entra por tu nariz, y ya empieza a molestarte que tantas cosas funcionen automáticamente. Latidos, aire que entra y sale, pestañeos, tics, y miedos que aparecen de repente como leones hambrientos. Es la nada y después todo, una bola de aire caliente que te envuelve, te quema, te zamarrea y te hace preguntas estúpidas (“¿quién sos? ¿qué hacés acá? ¿cómo vas a salir? ¿quién te asegura algo?”) y entonces los latidos se aceleran y el aire que entra y sale molesta todavía más, y todo el cuerpo se convierte ahora en una revolución con sangre y llanto y bombas y hombres que no dejan de morirse. Una revolución. Tantas muertes, ¿servirán para algo?
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